lunes, 26 de diciembre de 2011

Por la mirilla

Estos días de vacaciones, mi único contacto con el mundo exterior se reduce a los instantes en que observo a mi vecina por la mirilla. Entra a trabajar a las diez de la mañana y sale, a lo que parece, a las cuatro de la tarde. No sé donde trabaja. Antes creía que en algún supermercado, en el Más y Más, o en alguna tienda de ropa. Ahora creo que, no, que trabaja en El Corte Inglés, aunque no lleve uno de esos uniformes de camiseta a rayas negras y blancas y pantalones. Incluso llegué a pensar que trabajaba en la sección de congelados, pues llevaba una ropa horrible, vaqueros viejos y camisas anchas. Antes vestía de una manera muy sencilla, pero últimamente cuida más lo que se pone, lleva tacones, y de vez en cuando se ve que ha ido a la peluquería.

Hacia las siete de la tarde, les escuchó venir por el pasillo: los gritos de la hija mayor, el ruido del carro. El marido abre la puerta. Ella arrastra el carrito. La observo entonces. Cada vez más guapa.



Debe de sospechar que el agote le observa por la mirilla, porque, cuando me cruzo con ella en el pasillo, no me responde cuando le suelto el hola habitual. Me trata como si fuera invisible, despreciable.