sábado, 29 de septiembre de 2012

La manifestación



Los manifestantes se detuvieron a unos metros de los policías, que habían permanecido inmóviles, impertérritos, sordos a los insultos. Unos y otros se miraban expectantes, silenciosos. Todos adivinaban lo que iba a ocurrir. Los manifestantes ya habían tratado otras veces de atravesar las cerradas filas de antidisturbios, y el resultado había sido el previsible: gritos, golpes, sangre, carreras, detenciones. El destino ya estaba decidido. Desde mucho tiempo atrás. Unos eran el yunque y otros, el martillo. “¡Adelante, compañeros!”, gritó alguien. Los de atrás empujaron a los que estaban delante, que vacilaban. Y comenzaron los gritos, los golpes, la sangre, las carreras, las detenciones.

martes, 25 de septiembre de 2012

Kaiko


Por la mañana le despertaron los tambores. Se sintió pesado. Juntó los rescoldos de la lumbre,  cortó otro trozo de carne de su hermano y lo puso en las ascuas. Bajó a la fuente a traer  agua. Recordó las veces que su hermano le había acompañado. Habían compartido el agua y la comida casi desde su nacimiento. Sintió que las lágrimas le corrían por el rostro. Se obligó a seguir comiendo.

domingo, 23 de septiembre de 2012

The Situation



Esa noche, Mike estaba en una disco de una pequeña ciudad de Mississippi. Nunca había oído hablar de aquel sitio y probablemente el nombre se le olvidaría en unos días. Por la tarde le habían hecho una entrevista en una radio local. No recordaba muy bien lo que había dicho, sólo que en un momento dado había gritado algo absurdo, que buscaba a una chica muy especial de Mississippi.

El contrato incluía lo habitual: limusina y hotel de cuatro estrellas, con microondas y televisión por cable. Hacía horas que había soltado su homilía por el altavoz de la disco. Ahora se trataba de que le vieran. Por eso había pagado la gente cincuenta pavos. Para verle.

A partir de las dos, decidió que ya estaba bien de estrechar manos y de posar. Comenzó a buscar esa chica especial con la que pasar la noche. Ya se le habían acercado varias. Despidió a una de ellas, que parecía demasiado joven. Mientras bebía, seguía entrevistando a las otras. Buscaba algo nuevo, diferente. 

–¿Qué tienes de especial?

–¿Qué?

–¿Qué es lo que te hace tan especial como para querer pasar la noche conmigo?

–Soy capaz de beber más que Snooki.

–Mi tatarabuelo fundó este pueblo.

–Tengo un antepasado semínola.

–Mi abuelo vino de Armenia.

–Rechacé a un senador que me invitó a tomar sopa. 

A Mike comenzó a dolerle la cabeza. La noche pasaba y todavía no se había decidido por ninguna. Por un momento pensó en llevarse a un hombre a la habitación, pero rápidamente desechó la idea. Aquello hundiría su reputación. Quizá no le llamarían nunca más para hacer bolos.

–Vamos a cerrar, tío –le dijo el tipo que le había contratado.

–Bien, macho.

Trató de buscar a la chica que le había dicho que su abuelo procedía de Armenia. Sonaba a exótico. ¿Dónde demonios estaba Armenia? ¿En Colombia? ¿No le había dicho su colega colombiano que era de Armenia? ¿Pero aquella chica de abuelo armenio no parecía colombiana?

De repente se apagaron casi todas las luces, dejando sólo las que marcaban la salida. Mike odiaba aquello. Lo siguiente sería encender las luces blancas y limpiar el local. Siempre había cosas desagradables en el suelo.

Firmó un último autógrafo a uno de los camareros y salió del local. Fuera hacía calor. Buscó con la mirada la limusina, y la encontró aparcada en el otro extremo de la calle.

–¿Te vas solo? –dijo una voz a sus espaldas.

Mike se dio la vuelta y la contempló. Llevaba un beduino negro. De su hombro colgaba un bolso enorme. Estaba gorda y tenía la piel blanquísima. ¡Qué demonios!, pensó.

–Tú te vienes conmigo.

Le indicó el coche. El hotel estaba a menos de cinco minutos. En el trayecto permanecieron en silencio. Cuando llegaron, Mike le dijo al chófer que lo recogiera a las diez. Su vuelo salía a las once y media. No recordaba cuál sería su próximo destino.

No hablaron hasta que llegaron arriba.

–No pareces la clase de chica que hace estas cosas. ¿No serás una maldita vampiresa?

Ella no respondió. Se había quitado las sandalias y contemplaba la habitación.

–Tengo en el bolso unas sopas muy buenas.

–¿Llevas las sopas en el bolso?

–Hay que estar preparada.

Mike fue a la cocina y cogió un vaso. Lo llenó de agua. Cuando regresó, ella estaba tendida en la cama viendo la televisión.

–No se ve la MTV –le dijo.

Mike no sabía si se trataba de una broma.

Sabes. No me gusta ese canal.

Ella se permitió una sonrisa.

–Creo que podemos ver una película en blanco y negro.

–No las soporto –dijo Mike.

–Ésta te gustará –replicó ella.

Mike había cogido uno de los sobres al azar y lo había vertido en el vaso. El agua se tiñó de rojo. Llevó el vaso al microondas. Mientras esperaba, comenzó a temer que la noche sería larga.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Pan duro

Quedaba pan de ayer. Lo cogí. Ella me miró y se levantó. Fue a la panera y trajo un coscorrón que debía llevar allí semanas.

–Veo que te gusta el pan duro. Toma. Nunca sé qué hacer con él.

Lo toqué. Parecía cemento.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Pídenos lo que quieras (2)

Puse el ojo en la mirilla. Era el vecino. Decidí no abrir, por lo que, tratando de no hacer ruido, regresé a la habitación del ordenador.

Estaba en mitad del pasillo cuando volvió a tocar el timbre, una y otra vez.

–¿Qué?

No me dijo nada, sino que me hizo un gesto para que fuera a su piso. Nunca había estado allí dentro. La habitación de estar era un poco más grande que la mía, pero tenía demasiados muebles. Ella estaba de rodillas. Llevaba puesto un pijama rosa.

–Medina, Medina.

Estaba acariciando el lomo del perro.

-¿Qué ha pasado?

–Está muerta –me dijo.

No sé si llegué a mover los hombros involuntariamente. Había muerto el perro... ¿y qué? Me molestaba cuando correteaba por el pasillo y le escuchaba ladrar por las noches.

–Llévatelo –me dijo el marido.

–¿Qué?

–Nos dijiste que harías cualquier cosa por nosotros. Llévate a Medina.

Lo envolvió en la alfombra donde estaba tendido y me la dio.

–Llévatelo –me repitió.

Ella estaba llorando.

–Está bien. ¿Dónde queréis...?

–No nos importa. Llévatelo -me repitió.

Regresé a mi piso y dejé la alfombra que rodeaba al perro en el suelo. ¿Qué se hace con los perros muertos? ¿Los recogían en algún sitio? Nunca me han gustado los animales domésticos, pero odio especialmente a los perros. Una cosa así sólo podía ocurrirme a mí. Sólo a mí.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Argumentos

  • No han estudiado porque el programa escolar era muy aburrido; no trabajan porque se cobra muy poco. Se merecen un subsidio estatal.Quieren que suba la asignación.
  • El ejército retrocede perseguido por el enemigo. Al general en jefe le llega el relevo. Explica que la huida era una estrategia: estaba tensionando las líneas de aprovisionamiento del enemigo. Si su sucesor consiguiera la victoria, sería gracias a los planes que él había trazado; si fuera derrotado, por no haberlos seguido.
  • Los interrogan. Afirma que tenían una necesidad. Cogieron el lubricante. Lo iban a pagar. No querían causar problemas.
  • A una la hacen concejal de Cementerios; a la otra, delegada de Medio Ambiente. Ésta asciende: directora general, consejera antes de cumplir los cuarenta. La otra, candidata a alcaldesa, se tiene que conformar con un puesto en la Diputación. Su rival sigue ascendiendo: se habla de ella como futura ministra. La ve en una fiesta.
  • Siente partenofobia.
  • El escupidor.
  • Tribunal Electoral: obliga a repetir las elecciones si el partido gobernante no cumple sus promesas electorales.
  • Cada mes, va en autobús a un pueblecito. Le siguen. No consiguen descubrir lo que trama. Aparentemete, va a que le corten el pelo. Un peluquero mudo. Le interrogan y confiesa que le molesta que le den conversación.
  • Encuentran una imagen de la Virgen a orillas del río. La llevan con gran devoción a la iglesia. La llaman la Virgen del Río. La consideran milagrosa. Años después, un visitante descubre la imagen que años atrás desapareció en una riada en un pueblo situado aguas arriba.
  • No puede seguir con ella. No la soporta. La mata. No sabe si comérsela o arrojar el cuerpo al exterior: carroña para las criaturas.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Madame Arnoux


Largos años de amor por M.A. Has imaginado mil formas de hacerla tuya: la raptabas, se quedaba viuda y se sentía sola, era abandonada por su marido y te suplicaba que te fueras con ella, se divorciaba. Estabas loco por ella, pero no sabías por qué. Cerrabas los ojos y tratabas de imaginar a cualquier mujer, pero todas las mujeres, en tu memoria, se transmutaban en M.A. Incluso, cuando comenzaste a salir con L., no podías evitar compararla, menos favorablemente, con M.A. Resultaba absurdo: ella, probablemente, no pensaba nunca en ti. Quizá sólo para burlarse.

En tu sueño, M.A. se ha separado. Quería dar una lección a su marido: te citaba, se insinuaba. Eres consciente de todo ello, pero de alguna manera, aunque comprendes que ella es igual a cualquier otra mujer, con las mismas rarezas y crueldades, quieres creer que al fin es tuya. Ella habla, habla. La miras y adviertes la malicia de su rostro. Sientes que es una mentirosa, que trata de engañarte. Pero le has dedicado tanto tiempo que ahora debes aguantarla. La odias, pero te resignas a que te siga dominando.

martes, 11 de septiembre de 2012

Bukowskiana

–¿Y su licencia, Chinaski?

–No la he traído.

–Da igual. Tiene que empezar ahora mismo.

–Ejem…, ¿qué materia tengo que dar?

–Da igual. Métase en clase de una vez.

Smith me guió por los pasillos. Llegamos a una puerta con un cristal opaco. Al otro lado parecía que había una pelea.

–Adelante –me dijo.

Creí que me iba a acompañar dentro, pero cerró la puerta a mis espaldas.

En el aula había unos cuarenta chicos. Blancos, hispanos y dos o tres negros. El ruido que había escuchado cuando estaba en el pasillo había cesado. Permanecían callados y me miraban. Expectantes. Ochenta ojos fijos en mí. O quizá sólo setenta y nueve. Busque la mesa del profesor, me dirigí a ella, me senté. La silla era cómoda. Miré a los chicos. Seguían contemplándome asombrados. Abrí la cartera y observé la botella de whisky. Tendría que encontrar la manera de echar un lingotazo sin que se dieran cuenta.

¿Qué diablos tenía que hacer ahora?

lunes, 10 de septiembre de 2012

Muerte de un oficial

Después de varios minutos de saludos, jaculatorias, intercambio de regalos, el coronel Tutasz consiguió que el emir se sentara.

–¡Maciek! Tráenos un té –le gritó a su ayudante.

El asunto que Tutasz tenía que tratar con el emir era ciertamente espinoso. Habían pasado ya varias semanas desde la llegada del inefable Romanowicz, y desde entonces se habían sucedido los problemas: un pelotón de áscaris se había insubordinado –tres ahorcados y veintisiete azotados–; la mitad de los criados habían desaparecido, se habían marchado; Górniak, el indispensable Górniak, había pedido el traslado. Una mañana, encontraron excrementos de vaca en la puerta de la residencia de Romanowicz: había sido cosa de los áscaris, probablemente, pero el coronel Tutasz sospechaba que cualquiera de los oficiales podía haber perpetrado el atentado.

–Hace unas semanas llegó un nuevo oficial.

El emir abrió los brazos.

–Sí, mi sobrino me habló de él.

Tutasz esperó que el emir dijera algo más, pero el hausa permaneció discretamente callado. Maciek llegó con el té y lo sirvió en silencio. El coronel aprovechó para mirar al emir. Tenía un rostro muy oscuro, negro. Si no fuera por las ropas que llevaba, no habría manera de distinguirlo de otros hausa, pero el emir se ufanaba de descender de un príncipe fatimí y de hablar árabe.

–Querido amigo, tengo que reconocerte que estamos muy descontentos con el capitán Romanowicz.

El emir, expectante, sorbía el té.

–Me gustaría que le invitaras a cazar.

–¿Qué le invite a cazar?

–Sí, a una partida de caza. Que cace, no sé, un búfalo, un león, lo que sea.

El emir lanzó una mirada confusa al coronel Tutasz.

–Desde luego, si al capitán le pasara algo, si sufriera un accidente, tú no serías el culpable, mi querido amigo, no te consideraríamos responsable de su muerte.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Doña Marina

Por fin conozco a doña Marina. Tiene entre treinta y cinco y cincuenta años y articula cada palabra que pronuncia de una manera muy peculiar. He tratado de mostrarme enérgico, pero no sé si la he engañado. Quizá si me hubiera visto en julio no me habría contratado. Le he sorprendido varias miradas extrañas. Supongo que, si no me puede echar en un mes, me tendrá que aguantar todo el curso.

jueves, 6 de septiembre de 2012

De cómo gané dos mil pesetas



Me dijo que podía ganarme mil pesetas. ¡Mil pesetas! En aquella época, hace más de veinte años, era todo un dineral. Recuerdo que entonces los billetes estaban adornados con el rostro de Galdós, toda una premonición, porque yo solía gastarme todo el dinero que podía conseguir en libros.

Quedé un sábado por la mañana con él. Tuve que esperarle en la plaza un poco. Finalmente, apareció en el Land Rover y me dijo que subiera. Tomamos el carril de La Charca y nos paramos cerca de un viejo cortijo que se llamaba, si no recuerdo mal, Toladillos.

Me dijo que me bajara y que sacara la pala y el pico de atrás. Caminamos un poco y después se detuvo. Cogió un palo y trazó un círculo irregular.

–Quiero que hagas aquí un agujero.

Me dijo que una profundidad de metro y medio estaría bien.

–¿No has traído agua?

–No.

–Voy al coche a por una botella –me dijo.

Trajo una botella de dos litros. Era una botella de plástico forrada de esparto. Entonces, todo el mundo tenía una. Todos menos yo.

–Toma –me dijo.

Yo había comenzado con el pico. Removía la tierra y luego la sacaba con la pala. Me estuvo mirando durante un tiempo, mientras se fumaba un cigarrillo. Podía notar sus ojos clavados en mi espalda.

–Volveré dentro de un rato –me dijo.

Cuando me dejó solo, decidí tomármelo con más tranquilidad. Descansaría cuando llegara a la altura de mi cintura. Para entonces, calculaba, tendría más de medio hoyo cavado. La capa de tierra superficial fue fácil, pero pronto me encontré con una tierra blanca y dura, con tendencia a aterronarse. Las manos me dolían. Me hallaba bañado en sudor. Era agotador.

Cuando por fin me senté a descansar, hacía un tiempo que el campo se había llenado del canto de las cigarras. Eché un trago de agua. Tenía sabor a naranja y a algo más. Incluso caliente como estaba me supo a gloria.

La segunda mitad del hoyo me costó mucho más. Aquella tierra blanca era cada vez más dura. Dejé la pala y arrojaba los terrones al borde del hoyo. Me dolían los brazos y tenía las manos llenas de ampollas.

–¿Cómo vas? –me dijo de repente una voz.

No le había escuchado llegar.

–Falta poco –le dije.

–No, yo creo que ya está. Sal de ahí.

Estaba encendiendo un pitillo, que se fumó en silencio. Miraba el horizonte. Yo me eché otro trago de agua. Tenía ganas de sentarme, pero decidí quedarme de pie, allí, al lado de él.

–¿Quieres ganarte otras mil pesetas? –me preguntó.

–Sí, desde luego.

Le echó una última calada al cigarrillo y lo arrojó al hoyo.

–Llénalo de tierra.

Recuerdo que pensé que aquello sería un trabajo menos pesado.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Romanowicz

-¡Maciek, Maciek!

El coronel Tutasz, como hacía todas las mañanas cuando llegaba a su oficina, necesitaba su café. ¿Dónde demonios se habría metido su ayudante? Se asomó a la ventana, pero sólo vio a los criados negros limpiando el patio. Estarían allí toda la mañana, levantando polvo y no dejándolo más limpio de lo que estaba antes.

-Señor.

-Ah, Maciek.

El coronel vio que su ayudante traía el café en la mano. Se sentó y miró la cara de Maciek. La malaria parecía que le había remitido. Estaba preocupado por su ayudante: durante unos días parecía que iba a necesitar pedir el traslado a la metrópoli, pero quizá aquello ya no sucediera.

-¿Ha llegado el correo?

-No, mi coronel. Telegrafiaron esta mañana desde Nowa Łódź y dijeron que no había rastro del barco.

El coronel Tutasz se llevó la taza a los labios. Aquel café era excelente. Sólo temía que el próximo envío no tuviera esa calidad. Ya había ordenado a Maciek que guardara un poco para los malos tiempos. Quizá enviara un poco a su mujer que, no pudiendo soportar aquel malévolo clima, había regresado a la metrópoli un año atrás.

-¿Algo del interior?

-El capitán Górniak no ha enviado ningún mensaje. Todo va bien.

-Górniak es un buen soldado.

Aquello le recordó el otro asunto que tenía que tratar con Maciek.

-¿Ha dado señales de vida el condenado Romanowicz?

-No, nada. Quizá el capitán llegue con el correo.

-¿Cuándo tenía que incorporarse?

-Tiene hasta el viernes –señaló Maciek.

-Maldita sea.

Tutasz había conocido a Romanowicz diez años atrás, en Białystok, Podlesia, al otro lado del mundo. Entonces Tutasz era capitán y Romanowicz un teniente que acababa de dejar la Academia. El joven teniente era el militar más torpe de la Armia Krajowa. Tutasz apenas había pensado en él en todos esos años. Suponía que le habían licenciado y que ahora trabajaba en una oscura oficina. Encontrar su nombre en la lista de los nuevos oficiales le había resultado asombroso.

-¿Qué haremos con él?

-¿Qué?

Tutasz se dio cuenta de que había hablado en voz alta. En principio había pensado enviar a Romanowisz con un pelotón de áscaris a uno de los poblados de la montaña. Con un poco de suerte, se acabaría el problema. Sin embargo, cada vez que moría un oficial blanco, en Nowa Łódź se ponían muy nerviosos: uno de sus peores temores era que se produjera una rebelión general de la colonia.

Quizá aquel clima acabara con él. Es lo que esperaba el coronel Tutasz. El maldito clima tropical mataba a más europeos que las flechas de los nativos.

martes, 4 de septiembre de 2012

Triste

–¿Te pasa algo?

–No, no, nada.

–¿Qué estabas haciendo?

–Nada.

–Vamos, déjame entrar. Tengo que…

–Espera que salga.

–No, no. Quédate. Cuando entran las ganas…

–…

–En fin, esto se acaba.

–Sí. Te voy a echar mucho de menos.

–Yo también.

–No, no puede compararse. Cada vez que te veía aparecer por la mañana me alegrabas el día.

–¡Qué cosas dices!

–No, es verdad. Trataba de imaginar lo que te habías puesto. Una falda, un vestido, pantalones. Hoy vienes preciosa. Ese vestido te sienta muy bien.

–Déjame, quiero salir.

–Y ahora todo acabará. Nunca más nos veremos.

–Tengo que salir.

–…

–Vamos. Déjame salir.

–Pasa.

–No te pongas tan triste.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Escenografía

¡Se han ido! ¡Por fin! Rápidamente he desmontado la escenografía, que ha funcionado relativamente bien: sólo me faltó quitar el polvo de un mueble de la cocina. Debió sospechar algo: todo tan limpio y aquella puerta tan churretosa. Damm it! Pero ya se han ido. Me he apresurado a poner una lavadora con las sabanas, a dejar abiertas todas las puertas, a bajar las persianas, a subir la tapa del inodoro, a colocar todo en su sitio.

Retorno a la tranquilidad. Me echo en la cama, busco la emisora de música clásica, sigo leyendo.