miércoles, 31 de julio de 2013

Libros de julio

  • Historia del mundo contada para escépticos
  • Autobiografía de Darwin
  • Proverbios
  • 101 cuentos clásicos de la India
  • Julio César. El hombre que pudo reinar
  • Biblia del ateo
  • Writing Movies for Fun and Profit
  • Danza con dragones
  • Antihielo
  • Festín de cuervos
  • Historia universal de la infamia
  • Los litigantes
  • Los hijos de Sánchez
  • FDC: La colonia perdida
  • En el piso de abajo
  • FDC: Las brigadas fantasma
  • El pan a secas
  • Hitler y Stalin. Vidas paralelas 1
  • Fuerzas de Defensa Coloniales: La vieja guardia
  • 300 días en Afganistán
  • El verdadero Pablo
  • La Isla del Tesoro Z
  • Diario de un marine
  • Holocausto
  • La última batalla
  • 150 Movies You Should Die Before You See
  • Sombra 81


sábado, 27 de julio de 2013

Lucía Etxebarria


Lucía Etxebarria publica un nuevo libro. Casi de manera inmediata su versión electrónica ya está disponible en alguna web con sede en Montenegro o Kazajistán. La escritora se queja: no puede ser que la gente se aproveche de un trabajo de meses: ¿es que alguien considera normal entrar en una frutería y llevarse un kilo de manzanas sin pagar? Acuciada por las deudas, tiene que entrar en un programa de Telecinco, Campamento de Verano. 

Hace unas noches, zapeando, contemplé aturdido una escena  atroz: alguien permanecía ovillado en el interior de una cabaña de madera mientras que dos energúmenos pateaban las paredes y se reían: puro matonismo de instituto unido a la telebasura. ¿Estaba viendo Network Television, esa cadena de pesadilla imaginada por Stephen King? No, Telecinco, la cadena de pesadilla fundada por Berlusconi. La persona que estaba echada en el suelo llorando era Lucía Etxebarria. La presentadora, con la camisa estratégicamente desabotonada, describía la escena como se tratara de algo natural, hasta lógico. ¡Normal que alguien sea vapuleado en HD!

En el mundillo literario español Lucía Etxebarria es, era una trasgresora, que no siempre evitó la polémica, sino todo lo contrario. Agobiada por una deuda con Hacienda, creyó que podría entrar en un programa de telerrealidad y salir indemne. No lo ha logrado. Y, repito, todo comenzó porque, después de pasar meses encerrada, escribiendo, su libro fue pirateado en internet. Yo no la insulté, no me reí de ella, no coceé las paredes de su casa, ni siquiera me descargué su libro, pero no se puede decir que sea inocente.  

Había que crear espectáculo
No me encuentro bien. Me equivoqué al entrar allí. Cometí un error y los errores se pagan. Yo allí cobraba, por una semana, más que por un libro que tardo dos años en redactar. Algunos de mis compañeros viven sólo de la televisión. Yo no me di cuenta es de que había que crear espectáculo y de que la mitad de las broncas eran por eso. Y te vas aislando y te vas deprimiendo. Fui tonta porque me metí en algo que no podía controlar. Le debo disculpas a mi madre porque ella me dijo que no lo hiciera... Yo sabía como funcionaban los realities porque tengo varios amigos que trabajan en este tipo de programas pero en casa ni siquiera tengo televisión. Pero es que cuando estás dentro es muy diferente, todo son gritos, insultos y descalificaciones... Desde la primera bronca yo no me vi capaz de responder porque sabía que mi madre me estaba viendo y le prometí que no iba a gritar. Ellos no han tenido nunca una discusión calmada. Y yo me empecé a aislar... Cuando me gritaban y ya llevaban diciéndome un rato que no tengo ni idea de nada, pues decía que yo tengo dos carreras, que es una cosa que parece que molesta bastante... No voy a entrar en el juego de que la culpa ha sido mía. No creo que haya hecho nada malo. No sabía cómo funcionaba este juego, pero en mi mundo, que podría ser el mundo de cualquiera, no el del Premio Planeta, si alguien te pone verde un día al día siguiente lo hace también.

lunes, 1 de julio de 2013

El pospartido

Había sido una paliza: el Equipo Rojo había encajado tres goles y no había sido capaz de meter ninguno. Cuando el árbitro pitó el final, los jugadores arrastraron los pies hacia el área que habían estado defendiendo durante la segunda parte: allí esperarían el veredicto.

Los jugadores del Equipo Amarillo, por su parte, estaban exultantes: no se habían limitado a derrotar al hasta entonces equipo campeón, le habían vapuleado.

–¡AHORA COMENZARÁ LA VOTACIÓN DEL JUGADOR MÁS DECISIVO! –anunció en seis idiomas la megafonía del estadio.

Aolebra, lateral derecho del Equipo Rojo, era consciente de que no había hecho un buen partido, pero su misión había sido la más difícil: tratar de frenar a la estrella del Equipo Amarillo. Se dio cuenta de que sus compañeros le evitaban. Sí, él iba a ser uno de los chivos expiatorios. ¡Demonios, nadie hubiera sido esa noche capaz de frenar a Ramyen!

En los seis continentes, cientos de millones de espectadores estaban votando. Algunos lo harían tres, cuatro veces: querían asegurarse que ganara su jugador favorito, aunque esa noche el resultado estaba bastante claro. Ramyen sólo había hecho subir un tanto al marcador, pero había sido un golazo antológico. Sallisac no había podido hacer nada. Es lo que le estaba diciendo a Somar.

–Me dobló los dedos. Fue un trallazo, colega.

–Eso era imparable –decía Somar, que todavía le daba vueltas al penalti que había fallado.

–Y el primer gol… Tuvimos mala suerte. Derf se encontró con la pelota en el suelo y tuvo la suerte de empujarla.

Somar le puso la mano en el hombro a Sallisac.

–Vamos, ánimo. Hemos luchado durante todo el campeonato. La gente lo ha visto.

–¡YA SABEMOS QUIEN HA SIDO EL MEJOR JUGADOR DEL TORNEO! –anunció la megafonía. 
Los jugadores se volvieron hacia el videomarcador–. ¡¡EL MEJOR JUGADOR HA SIDO… RAMYEN!!
Comenzaron a repetir el segundo gol, el que Ramyen marcó a dos minutos del final de la primera parte, el gol que acabó hundiendo al Equipo Rojo.

El delantero del Equipo Amarillo se dirigió al centro del campo y recogió el trofeo. Saludó al público. Desde el área del Equipo Rojo, Ivax sintió un nudo en el estómago. Él había obtenido ese trofeo en el anterior torneo, pero en éste no habían dejado de criticarle desde el primer partido. Hasta sintió un poco de temor por lo que pudiera ocurrir en la siguiente votación… No, imposible. Otros jugadores lo habían hecho peor: Aolebra, que había dejado un hueco tremendo en la banda derecha; Somar, empeñado en meter gol para impresionar a su novia; Sallisac, que ya no paraba nada; Serrot, el delantero que no metía goles; Euqip, que había sido expulsado; Ordep, que había fallado un gol cantado en el momento decisivo.

Aolebra contempló el trofeo que exhibía Ramyen. Quizá hubiera debido castigarle más los tobillos. Ohniroum, su anterior entrenador, le habría animado a hacerle faltas continuas a Ramyen. Pero este Euqsobled… ¿Les había dicho que vigilaran las faltas?

–AHORA COMIENZA LA NOMINACIÓN DE LOS TRES PEORES JUGADORES –anunció la megafonía.

Los jugadores del Equipo Rojo se abrazaron, como era costumbre. Dejaron a Aolebra en uno de los extremos.

–Vamos, compañeros, que no lo hemos hecho tan mal –gritó Somar–. No lo hemos hecho tan mal.

El campo estalló en aplausos cuando salió la excavadora. Se dirigió hacia una de las pocas zonas libres del estadio: se llevaban celebrando partidos allí desde hacía más de sesenta años; pronto estaría lleno. Aolebra pensó por unos instantes que bajó sus pies se encontraban decenas de futbolistas ilustres. Jugadores que aparecían en todos los libros de historia.

–¡¡ATENCIÓN!! ¡¡ATENCIÓN!!

Los jugadores del Equipo Rojo sintieron un estremecimiento. La mayoría de ellos habían pasado por la misma situación en otras ocasiones, pero cada vez era tan terrible como la primera.

–LOS ESPECTADORES DE TODO EL MUNDO HAN VOTADO. LOS PEORES JUGADORES DE LA FINAL HAN SIDO… AOLEBRA…, SALLISAC Y… ATAM.

El campo estalló en un escándalo terrible: pitidos, gritos. Los jugadores que habían sido indultados se dirigieron rápidamente a la salida. Aolebra se dio cuenta de que sentía una cierta alegría: ¿creía Sallisac que se iba a librar? Siempre pensó que era un jugador sobrevalorado. Pero, ¿Atam? Le miró: el centrocampista parecía haber sufrido un ataque cataléptico.

Poco a poco, el estadio se fue quedando sin público. Apagaron casi todos los focos. En un extremo, después de que retiraran un trozo de césped, la excavadora había comenzado a sacar paletadas de tierra.

–Hemos hecho todo lo posible, colegas –dijo Sallisac–. Prefiero que me haya sucedido esto en una final que hemos perdido por mala suerte que en cualquier otro partido. Los once merecíamos estar aquí. Los once o ninguno.

Atam no estaba escuchando esas palabras de consuelo. No había parado de repetirse que había jugado como siempre, había jugado como siempre, había jugado como siempre.

–¿Están preparados? –preguntó una voz.

Sólo entonces Aolebra se dio cuenta de que no había marcha atrás. Tendría que haber machacado a faltas a ese maldito Raymen, haberle destrozado la rodilla.

–Vamos.

Libros de junio

  • El informe Hitler
  • La guerra civil en la frontera
  • Las miserias de la guerra
  • La roja insignia del valor
  • El secreto de Bretón
  • Ángeles asesinos
  • Don Jaime. El trágico Borbón
  • Adolfo Suárez
  • Honrarás a tu padre
  • El gran rescate
  • Palabra de entrenador
  • El sueño de mi desvelo
  • It’s only a movie
  • Asesinato en el Orient Express
  • Digueu-li Catalunya
  • Fiebre en las gradas
  • The Mammoth Book of Conspirations
  • John Ford