domingo, 30 de diciembre de 2012

Políglota


Me gustaría ser Cansinos Assens, que se jactaba de saludar a las estrellas en catorce idiomas, o César Vidal, pero Dios no me ha dado la capacidad de aprender muchas lenguas. Supongo que, si mis padres hubieran emigrado a Cataluña, como hicieron otros en el pueblo, ahora hablaría un catuñol indignante. En el instituto estudié griego, pero no pasé más allá de las declinaciones. Del latín no recuerdo nada, a pesar de todos los sobresalientes. Tengo un certificado B1 de francés, pero las películas galas me resultan tan incomprensibles como las chinas. En inglés poseo un certificado B2, lo que me calificaría para dar clases bilingües. Sin embargo, soy incapaz de articular la frase más sencilla en inglés. Nabokov decía que hablaba como un niño; yo no llego ni siquiera a eso. Incluso sufro problemas con el castellano. I'm useless.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Los teófagos

El monje se quedó en silencio. Los bárbaros le habían escuchado con atención y ahora parecían estar meditando sus palabras.

-¿De modo que, para adorar a tu dios, hay que comerlo?

El monje caviló rápidamente.

-Sí, de alguna forma. Simbólicamente.

-¿Simbólicamente? ¿Eso qué significa? Nosotros no adoramos a Świętowit simbólicamente. Nosotros le rezamos, le levantamos templos, le ofrecemos prisioneros y, cuando la suerte de la guerra se nos presenta aciaga, cuando no tenemos prisioneros, nos ofrecemos a nosotros mismos.

El monje sintió que tenía la garganta seca. Cerca de él vio a su hermano Teodoro para recordarle que aquellas palabras no eran una broma. Le habían arrancado ya los brazos y aquellos bárbaros los habían arrojado a su ídolo.

lunes, 10 de diciembre de 2012

La higienista dental



Bismarck se equivocó al afirmar que lo peor había pasado después de entrar en la consulta del dentista. El viernes, cuando te reconstruyeron el empaste, fue un día horroroso, aunque menos terrible que hoy, en que tocaba la limpieza.

Cuando entras, la recepcionista te saluda pronunciando tu nombre, algo que te molesta, que odias, y te dice que tendrás que esperar un poco. Te quitas el abrigo, te sientas y coges una de las manoseadas revistas que hay en la mesilla. Te pones a mirar las fotos.

De repente, aparece la higienista. Tu sorpresa es mayúscula.

–¿Te acuerdas de mí? –te pregunta.

¡Demonios! Sí, claro que la recuerdas. Estaba en aquel 3º C espeluznante. Ella… Ella…. En las sesiones de evaluación la llamabais la Niña del Exorcista.

–Sí. ¿Aquí trabajas? –le replicas, tratando de mostrarte afable.

Ella está mirando el cuadrante con las citas. Pasea su dedo perverso por los nombres allí anotados. Se gira y te lanza una sonrisa demoníaca.

–Ahora mismo estoy contigo.

Sientes una conmoción. ¿Qué diablos hace esa trabajando aquí? ¿Es que no hacen pruebas psicológicas a sus empleados? La consternación inicial va dando paso al pánico, al terror. Piensas que, después de todo, no todo es culpa suya. Erras un profesor horrible, horrendo: entrabas en clase, anotabas los ejercicios que tenían que hacer en la pizarra y te ponías a leer el periódico. No te importaba lo que hicieran, lo que ella hiciera.

Sigues con la revista apoyada en la rodilla, sin poder leerla . Pasa otra vez por delante de ti. La ves escribir algo en el móvil, algo así como: Tía, no te puedes imaginar quien está aquí. El payaso ese. Ahora se va a enterar. Te viene a la cabeza el triste destino de Tojo que, prisionero de guerra, fue atendido por dentistas estadounidenses: le dejaron la boca como la de un hotentote.

De repente, la recepcionista se levanta con una carpeta en la mano y entra en un despacho. A través de la puerta de cristal ves que está hablando con alguien. No lo piensas dos veces. Sales corriendo, sin mirar atrás, como si te persiguieran una legión de enloquecidos zombis.

Has recorrido unos metros cuando escuchas unos gritos a tus espaldas.

–¡Eh...! ¡Eh...! ¡EH......!

Toda la gente gira la cabeza, pero tú no te detienes hasta llegar al patio de la urbanización: estás exhausto. Sólo entonces te das cuenta de que te has dejado el abrigo en el dentista. ¡Dios de los dioses! Haces un rápido repaso de lo que tenías en los bolsillos: pañuelos, un almanaque del año 2008, una o dos bolsas de plástico, un condón que te dieron en el instituto hace seis o siete años, pilas, el reproductor de MP3. Lo peor ese esto último, pero mientras subes las escaleras piensas que ya tienes decidido qué regalo te va a traer San Nicolás.

Cuando llegas al piso está sonando el timbre del teléfono. Miras el número. ¡Es el del dentista!

sábado, 8 de diciembre de 2012

El dilema del eudemonista



¡Qué feliz me sentía cuando todo el mundo me creía infeliz!
Stendhal

—¿Puede repetir?

—Sí, ya se lo he dicho. Soy feliz, bastante feliz. Pero cuando… cuando pienso en la manera en que me ve el resto de la gente, me siento muy desdichado. Ellos no pueden comprender que yo soy feliz así, como vivo ahora.

El hombre hizo una pausa. Durante unos instantes contempló el cuadro que había colgado detrás del terapeuta: una mujer leyendo. 

—Soy consciente de que estoy haciendo infeliz a mucha gente —añadió por fin.

El eudemonólogo dejó de escribir y miró a su paciente. Todos los años de formación, miles de páginas leídas, cientos de cursillos y conferencias, nada de todo eso le había preparado para resolver aquel dilema.

viernes, 7 de diciembre de 2012

S.S.



Hoy, ahora mismo, vestida de cuero.