martes, 31 de julio de 2012

Regreso al aula

-Diga.

-¿Puedo hablar con... Francisco Ramón?

-Soy yo.

-Le llamaba del instituto… Hemos visto su currículo. ¿Podría pasarse mañana por aquí?

Era una voz muy dulce, terriblemente dulce. No, no podía ser una monja. Sin embargo, me imaginé que aquella voz pertenecía a alguien que llevaba un basto hábito marrón.

-¿Mañana?

-Sí. Buscábamos un profesor de sociales.

¿Un profesor de sociales? ¿Ahora?

-Está bien. ¿A qué hora?

-Abrimos a las nueve. Estaremos aquí toda la mañana.

-Bien.

-¿Podría traer una fotocopia del título de licenciado y del CAP?

-Sí.

-Pues entonces ya nos veremos mañana.

Esa fue la llamada que recibí ayer por la mañana, casi a las dos de la tarde. Había echado varios currículos en junio y me había olvidado del asunto. Creí que no me llamarían. ¿Qué les diría si me preguntaban por qué había dejado de trabajar el curso anterior?

Esa mañana me he pasado por el instituto. Un conserje, con aspecto de guardia civil jubilado, ha fotocopiado los títulos. Iba rapado; profundas arrugas en la frente.

-Doña Marina no ha podido venir, está en Granada -me ha dicho-. Cerraremos hoy y abriremos otra vez el día 3. Pásese entonces.

Y eso fue todo.

martes, 24 de julio de 2012

La subida del IVA



Entré en la sala de lectura buscando algún periódico, pero sólo vi a Faustino con la nariz hundida en un libro monstruoso, el Summa Artis. A pesar de la que estaba cayendo, llevaba un bochornoso jersey: daba calor contemplarle. Estos últimos días, la canícula no me deja dormir; esta noche he tenido que levantarme varias veces para beber agua, la cama ardía, me sentía en el infierno. Supongo que, para Faustino, el castigo sería acabar en el helado averno de los nórdicos: el nuestro le dejaría indiferente.

Como otras veces, iba a evitarle, siempre ando evitando a todo el mundo, pero levantó la vista. Nuestros ojos se cruzaron. Me quedé durante un instante sin saber qué hacer. Probablemente no se había dado cuenta de mi presencia, no me había reconocido pero me decidí a acercarme: en su mesa también estaba sentada una universitaria que llevaba una camiseta blanca de tirantes, con un curioso calado en el escote.

-¿Cómo estás? –le pregunté-. ¿Qué haces?

La universitaria nos lanzó una mirada displicente. Estaba atareada con unos folios repletos de fórmulas matemáticas, que había cubierto de colores: verde, amarillo, violeta, rosa. Miré fugazmente su bronceada piel: quizá se fuera a una piscina cuando cerraban la biblioteca. La mesa estaba llena de rotuladores, lápices, clips multicolores, marcadores de texto.

-¿Sabías que el policromado del Pórtico de la Gloria se perdió por culpa de los americanos? –me preguntó Faustino.

Estaba leyendo el volumen dedicado al arte románico. Comenzó a explicarme lo de los americanos. Estuve a punto de interrumpirle para marcharme, pero la universitaria, después de escribir algo en la pantalla del móvil, se había levantado y nos había dejado solos. Decidí esperar a que regresara. Llevaba unas sandalias hermosas: se había pintado las uñas de los pies de colores diferentes.

Faustino siguió con lo del Pórtico de la Gloria. Tuvo que contármelo tres veces para que pudiera enterarme. Ahora comprendo que, después de un curso, las Hijas de la Misericordia, inmisericordemente, no le renovaran el contrato: hubiera debido hincar los codos, aprobar las oposiciones y entrar en la pública.

-¿Cómo te va a afectar lo del IVA? –le pregunté por preguntarle algo: sólo quería hablar, hacer tiempo hasta que regresara la universitaria.

-Fatal –me respondió. Me hizo un gesto para que me acercara-. Voy a… a… de agosto –me susurró.

-¿Qué?

No soy del todo sincero si digo que no le había entendido. De hecho, le había entendido bien.

-Ya sabes –me dijo-. Es demasiado caro. Hay que morirse antes de que acabe agosto.

Faustino estaba preocupado. Me senté y comenzamos a tratar el asunto. Me dijo que un buen funeral costaba cuatro mil euros, cinco mil. El ataúd, el nicho, las flores.

-La subida se comería un mes de la pensión de mi madre. Tengo que hacerlo antes de que acabe agosto.

Le dije que quizá no convenía esperar a final de mes. Los de la funeraria podían facturar el nuevo IVA.

-No se atreverán.

Antes de responder, aprovechando una distracción de Faustino, cogí uno de los marcadores de la universitaria. Creo que no se dio cuenta.

-Hay que tener cuidado. Suelen presentar la factura con uno o dos meses de retraso, esperan a que los familiares se hayan recuperado un poco. He escuchado en algún sitio que se aplica el IVA que hay en el momento en que se realiza la factura.

-¿Cuándo me aconsejas que lo haga?

-A mediados de agosto estaría bien.

-¿El 15?

-No, el 15 es fiesta. El 16 o el 17. Al atardecer, desde luego. Te velarían durante la noche y te enterrarían antes de que apriete el calor.

No creo que entendiera lo del calor. Faustino ya había pensado en el asunto, y encontraba un problema: la autopsia. ¿Cuánto tardaría?

La verdad es que no conseguimos llegar a un acuerdo sobre la mejor hora. Quizá su madre y sus familiares fueran tan impunes al calor como él mismo.

-Estaré atento a las esquelas –le dije cuando nos despedimos.

La universitaria todavía no había regresado. Ya habían dejado El Mundo cuando regresé a la mesa de los periódicos, pero había decidido marcharme.

Ella estaba en la puerta, hablando con otra muchacha que llevaba el pelo teñido de negro. Cualquiera de los dos podía ser mi hija, pero no pensé en ellas como si fuera su padre. Comprobé que por alguna razón, la que estaba en la mesa de Faustino no se había pintado el dedo índice del pie. No, no lo llevaba pintado. Quizá no había encontrado pintauñas del color que quería aplicarse.

Mientras escribo esto, contemplo el marcador de texto que le cogí. Lo tengo sobre la mesa. Trató de pensar en la universitaria, pero no lo consigo: me viene a la cabeza Faustino.

lunes, 23 de julio de 2012

Pan y aceite




Estaba a punto de prepararme una tortilla à la cagote. El ingrediente extra, esta vez, iba a ser pimiento. Ya había preparado un plato de frutos secos y había metido una cerveza en el congelador, para que estuviera bien fría. Pero era demasiado temprano, por lo que puse la tele y comencé a ver las tertulias. Podría quedar bien diciendo que la situación económica me quitó el hambre, pero no fue así. Comenzaron a hablar de un alcalde gallego que se había subido el sueldo: cobraría 40.000 euros al año. Nada extraño. Pusieron entonces unas imágenes del regidor: la barriga le caía por encima del cinturón, se le movía al tiempo que caminaba. Estaba gordo, obeso; le eché más de cien kilos, ciento veinticinco.

No soportó las series o películas en las que todos son terriblemente delgados, pero me pone enfermo esa obesidad mórbida.

Fui a la cocina y guardé todo lo que tenía preparado. Saqué un plato de postre y coloqué en él un trozo de pan. Lo partí y le eché aceite. Cogí un tomate.

Cuando regresé al salón seguían con lo mismo: la subida de la prima de riesgo, la bajada del IBEX. Me comí el pan lentamente. Sin hambre.

viernes, 20 de julio de 2012

La fabada



Me desperté en mitad de la noche y me entraron ganas de comer fabada, una fabada enlatada, así que me levanté y fui a la cocina. Todavía quedaban dos latas de callos y, afortunadamente, una de fabada, que puse en un plato. Dos minutos en el microondas. El timbre sonó como la campana del infierno. Cuando la estaba sacando, le escuché caminar en el pasillo. Puse el plato encima del frigorífico y recé para que no lo encontrara. Me quedé en la terraza, contemplando el cielo, escuchando las cigarras. Esperé cinco, seis, diez minutos, hasta que se apagó la luz de la cocina. Esperé todavía un poco más: le gusta sorprenderme a oscuras.

Cuando regresé, me di cuenta de que había visto el plato: se había comido la morcilla; la había cogido con los dedos. Busqué algo de pan, pero la canasta estaba vacía. Quizá también él se había levantado para comer algo. Siempre tenemos pan en el congelador, pero no quise utilizar de nuevo el microondas. Devoré la fabada, sin disfrutarla. No me sentó bien. Me dolía la barriga cuando regresé a la cama y tuve que levantarme varias veces para beber agua. Él se había llevado la botella que había en el frigorífico al dormitorio, por lo que tuve que conformarme con el caldo que salía del grifo.

Por la mañana, cuando me desperté, él ya se había levantado. Estaba en la cocina, tomando un café con leche y leyendo el periódico del día anterior: siempre deja artículos pendientes, críticas de libros, la editorial, alguna entrevista. No me dijo nada de la fabada: iba a chantajearme.

lunes, 16 de julio de 2012

Ostalgia



A lo que parece, no sólo yo siento cierta nostalgia de la URSS y, en general, de los democracias socialistas europeas, una nostalgia que no tiene nada que ver con lo político: de hecho, el régimen político de estos países era grotesco. Sin embargo, la URSS, Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, Yugoslavia, Albania, Bulgaria, todas las antiguas democracias populares tenían algo de atractivo, que todavía conservan. A veces nos olvidamos que la propia existencia de esos regímenes socialistas en Europa, obligó quizá a los países occidentales a ser más democráticos, más justos, a preocuparse por el bienestar de toda su población. Ahora, los burócratas de Bruselas quitan y ponen gobiernos, obligan a los países a implementar políticas económicas muy injustas, guían a Europa no se sabe dónde.

En Alemania, incluso, tienen una palabra para expresar la nostalgia que sienten los ossis por su perdida independencia: Ostalgie. Los alemanes orientales eran pobres, pero orgullosos.









domingo, 15 de julio de 2012

Tenemos buenas razones




El viernes, Silvia Salgado se superó. Dijo que su programa tenía "buenas razones" para compartir con los espectadores los próximos minutos. No me lo podía creer. What a incitement!



Después, más fríamente, he llegado a la conclusión de que todo se debía a un malentendido. El guionista no podía saber qué ropa iba a llevar esa noche. Las razones para ver el programa eran otras, no las espurias que yo imaginaba (y por las que yo lo veo).

El caso es que pronto terminará julio y Silvia Salgado se irá de vacaciones. Un largo mes sin verla.



¡Ah! El pasado 29 de junio estaba preciosa... Sí, ya lo sé: es vergonzoso. ¡A mi edad, pensando en estas tonterías! Pero Unamuno decía que la belleza está hecha para ser contemplada. Coetzee añadía que también para ser compartida. Yo me conformo con lo primero.

lunes, 2 de julio de 2012

En el centro comercial


-¿No me reconoce? –me pregunta.

No. ¿Quién demonios es? Va cargado de bolsas, que ha dejado en el suelo para tenderme la mano. Aprieta.

-No, lo siento.

Dice mi nombre, pero soy incapaz de adivinar el suyo. Le voy a preguntar que quién es, pero no encuentro las palabras. Me está llamando de usted y me parece inadecuado tutearle.

-¿Quién…? ¿Quién eres? –le digo por fin.

¡Un antiguo alumno! Sólo eso. Un antiguo alumno que me recuerda, que no se ha olvidado de mí.

-¿Qué estabas? ¿En 3º?

-Sí –me dice después de dudar un poco.

Habla de manera entrecortada. Se le ve tímido. Ha decidido saludarme, pero tampoco tiene nada que decirme. No puedo preguntarle por ninguno de sus compañeros porque hace mucho tiempo que me olvidé de ellos.

-¿Han arreglado la carretera?

-Sí, la carretera está bien.

Me dice que hace un par de años, durante un temporal, quedó cortada. Siempre ocurre lo mismo. Cuando yo iba a ese pueblo tuve que tomar un desvío durante más de tres meses.

-Me ha alegrado mucho verte –le digo.

Me dijo su nombre, pero ya lo he olvidado.