miércoles, 5 de septiembre de 2012

Romanowicz

-¡Maciek, Maciek!

El coronel Tutasz, como hacía todas las mañanas cuando llegaba a su oficina, necesitaba su café. ¿Dónde demonios se habría metido su ayudante? Se asomó a la ventana, pero sólo vio a los criados negros limpiando el patio. Estarían allí toda la mañana, levantando polvo y no dejándolo más limpio de lo que estaba antes.

-Señor.

-Ah, Maciek.

El coronel vio que su ayudante traía el café en la mano. Se sentó y miró la cara de Maciek. La malaria parecía que le había remitido. Estaba preocupado por su ayudante: durante unos días parecía que iba a necesitar pedir el traslado a la metrópoli, pero quizá aquello ya no sucediera.

-¿Ha llegado el correo?

-No, mi coronel. Telegrafiaron esta mañana desde Nowa Łódź y dijeron que no había rastro del barco.

El coronel Tutasz se llevó la taza a los labios. Aquel café era excelente. Sólo temía que el próximo envío no tuviera esa calidad. Ya había ordenado a Maciek que guardara un poco para los malos tiempos. Quizá enviara un poco a su mujer que, no pudiendo soportar aquel malévolo clima, había regresado a la metrópoli un año atrás.

-¿Algo del interior?

-El capitán Górniak no ha enviado ningún mensaje. Todo va bien.

-Górniak es un buen soldado.

Aquello le recordó el otro asunto que tenía que tratar con Maciek.

-¿Ha dado señales de vida el condenado Romanowicz?

-No, nada. Quizá el capitán llegue con el correo.

-¿Cuándo tenía que incorporarse?

-Tiene hasta el viernes –señaló Maciek.

-Maldita sea.

Tutasz había conocido a Romanowicz diez años atrás, en Białystok, Podlesia, al otro lado del mundo. Entonces Tutasz era capitán y Romanowicz un teniente que acababa de dejar la Academia. El joven teniente era el militar más torpe de la Armia Krajowa. Tutasz apenas había pensado en él en todos esos años. Suponía que le habían licenciado y que ahora trabajaba en una oscura oficina. Encontrar su nombre en la lista de los nuevos oficiales le había resultado asombroso.

-¿Qué haremos con él?

-¿Qué?

Tutasz se dio cuenta de que había hablado en voz alta. En principio había pensado enviar a Romanowisz con un pelotón de áscaris a uno de los poblados de la montaña. Con un poco de suerte, se acabaría el problema. Sin embargo, cada vez que moría un oficial blanco, en Nowa Łódź se ponían muy nerviosos: uno de sus peores temores era que se produjera una rebelión general de la colonia.

Quizá aquel clima acabara con él. Es lo que esperaba el coronel Tutasz. El maldito clima tropical mataba a más europeos que las flechas de los nativos.