Quizá los jueces, los fiscales italianos se lo tomarían más en serio si hubiera una ley que les obligara a permanecer en la cárcel tanto tiempo como el que ha pasado Óscar: la ley del talión mesopotámica, el código de Hammurabi. Pero tengo que repetirlo: los agotes no preocupan a nadie. Y Óscar, en una celda italiana, rodeado por una decena de delincuentes que se alegran de que el Estado italiano les permita divertirse con un bufón, tendrá que comerse también hoy sus propias heces.

Si realmente sirviera de algo, si viviera en Madrid, iría ahora mismo a la embajada de Italia en España y arrojaría mierda, mierda de cualquier clase, contra su fachada. Un gesto solitario.

Quizá lo haga este verano, en que tengo planeado pasar unos días en Madrid. El Prado, el Thyssen, el Museo Arqueológico y una bolsa de heces arrojada a la orgullosa fachada de la embajada de la República italiana. Una pequeña vendetta en nombre de los agotes.