lunes, 14 de noviembre de 2011

Génesis 3, 19

Día largo.

Por la mañana, tres horas de clase. Insoportables. Para mi desgracia, cuando faltaban diez minutos, una alumna me ha dicho que mi obligación era soportarla. Ha sido la gota que ha colmado el vaso: se había pasado tres cuartos de hora hablando, cantando, levantándose, acusándome de racista, pues al parecer es un comportamiento racista pedirle que se permaneciera en silencio. Ah, la guardia de recreo. ¿Quién se inventaría las guardias de recreo?

Cuando he salido del instituto, he ido a la capital, para acompañar a madre al hospital: no sabía nada de la operación de padre, que hace dos semanas era urgentísima. La médica nos ha dicho que estaba a punto de llamar, que la operación será el jueves. Me hubiera gustado preguntarle algo más, pero tenía prisa.

He acompañado a madre a casa y he comido allí.

Por la tarde, reunión de equipos educativos. Yo, enfadado después de lo que pasó el viernes, como Yago, no he abierto la boca, no he dicho nada. Me resultan tan pesadas estas reuniones. A las seis y media, cuando íbamos a empezar con 1º B, he tenido que marcharme porque tenía cita con el médico. Cuando ha visto los resultados, me ha dicho que, después de todo, los análisis no han salido tan mal, que debo tratar de caminar cada día.

Cuando he llegado a casa, la camisa se me pegaba al cuerpo, estaba sudando. Sudo mucho, no hay nada que pueda hacer al respecto, incluso en un frío y lluvioso día como ha sido hoy.