martes, 21 de agosto de 2012

Regalos


Allí, sobre la mesa, estaba el montículo de regalos. Habían desgarrado el papel de algunos.

-¿Quién ha abierto esto? –le pregunté.

-Vinieron para sacarse fotos.

En la fiesta de homenaje, como es habitual, me entregaron los presentes de despedida. No, no se trataba de algo que pudiera serme útil de cualquier modo, eran regalos que sólo servían para humillarme, para escarnecerme. Por eso, después de abrir los primeros, los fui dejando sobre la mesa, diciendo que había bebido mucho, que me encontraba mal, que los miraría luego.

Siempre que he tenido que comprar un obsequio a los que se iban, buscaba dar un libro que a mí me hubiera gustado. No entiendo esos regalos que sólo se hacen para burlarse, ridículos, grotescos.

-¿Te ayudo a llevarlos al coche? –me preguntó.

¿Llevarlos al coche? No, nada de eso. ¿Para qué iba a llevarlos al coche? ¿Para qué necesito esas porquerías? Para tener que detenerme junto a un contenedor y arrojarlo todo dentro. ¡Que lo hagan ellos!

-No, no. Gracias. Ya me ocupo yo.

-Vamos, tenemos que reunirnos.

¿Una reunión? ¿Todavía querían que asistiera a una de sus estúpidas reuniones, que aguantara al gerente una vez más?

Me quedé solo en el despacho. Por un momento me pasó por la cabeza la idea de esconder los regalos, encima de los armarios, en los cajones, en los ficheros, dentro de la fotocopiadora, sobre el falso techo del cuarto de baño. ¿Dónde poner ese mazacote que me había regalado Sandra?