domingo, 12 de agosto de 2012

El veredicto de Paloma Zorrilla


Paloma Zorrilla ha emitido un veredicto. Riguroso, implacable. El público empieza a aplaudir. Yo me quedo paralizado, ni siquiera me doy cuenta de que la presentadora, después de largar un comentario estúpido, nos ha despedido: el programa ha acabado. Mi oponente se acerca con una sonrisa de satisfacción y me dice algo, que no logro escuchar. Los que han asistido al juicio se le acercan, comienzan a darle palmadas en la espalda, a felicitarle. Se aleja rodeado de gente, triunfante, como un torero que hubiera cortado dos orejas en Las Ventas.

Permanezco agarrotado durante unos instantes. Hasta que se aproxima uno de los que más han vociferado contra mí, de los que más vehementemente han defendido a mi oponente. Está tan cerca que percibo el extraño olor sulfúreo que emana de él.

-Estaba contigo –me susurra-, pero hoy me tocaba apoyar al otro.

Le miro aturdido, no le respondo.

Poco a poco, el plató se queda vacío, en silencio. Apagan los focos, ya sólo queda una luz débil al fondo. ¿Se han olvidado de mí? No, sé que los ejecutores esperan fuera.

Pasa el tiempo y sigo dándole vueltas a la cabeza: la acumulación de errores, el fracaso. No puedo moverme. El veredicto de Paloma Zorrilla ha sido riguroso, implacable.