domingo, 29 de abril de 2012

Anacardos



De vez en cuando, me echaba un anacardo a la boca. Una vez que empiezas, es imposible no acabar la bolsa. Incluso cuando comencé a tener sed, seguí comiendo anacardos. A mi lado, Luisa me miraba de reojo, pero no le ofrecí. Si le hubiera ofrecido a ella, habría tenido que ofrecerles a todos.

De repente, el director, que estaba hablando de no sé que plan o programa, se detuvo.

-Ya estoy harto del olor de frutos secos -dijo.

Sólo eso.

Lentamente, doblé la bolsa, le puse una pinza que siempre tengo preparada, y la guarde. Me hubiera gustado devorarla.