viernes, 23 de marzo de 2012

Being a monster



Hace tres semanas, apareció una mancha de humedad en la pared que hay junto a la bañera. La ignoré por unos días, pero la pintura comenzó a desaparecer. Supuse que se habían abierto grietas entre los azulejos y la bañera, por las que se filtraba el agua. Llegué a comprar cemento blanco, pero, ay, yo no soy Hipias, como quedó claro hace unas semanas.

El lunes llamé al seguro y, como me dijeron que enviarían a alguien por la mañana, tuve que pedirle a mi madre que viniera. El fontanero, al parecer, se limitó a tapar las juntas que se habían abierto, algo de lo que yo no fui capaz.

Mi madre me dijo que permanecería conmigo unos días: quería que pusiera unas cortinas, que comprara las lámparas del dormitorio, que todavía sigue con una bombilla enganchada en un cable, que me decidiera de una vez por una entradita.

Esta mañana, cuando he regresado del trabajo, me ha dicho que algo le pasaba a la puerta del armario empotrado, que se había atrancado, que se había roto. Hasta entonces me había refrenado, me había contenido cuando cambió la ropa de sitio, cuando movió los cajones, cuando puso algunas latas de comida en un armario que no utilizo para eso. Que rompiera la puerta del armario fue la gota que colmó el vaso. Estallé. Había intentado no perder los nervios, pero no pude contenerme.

Después de la explosión de ira, me encerré en la habitación del ordenador y comencé a dejar pasar el tiempo delante de la pantalla. La escuché llorar, pero no salí. Simplemente, no me sentía capaz de hablar con ella.

Hace unos minutos, dijo que se iba. Nos despedimos fríamente.

Siento que no soy capaz de estar con nadie. A la larga, no soporto a la gente.