jueves, 30 de enero de 2014

Taller

Acabo de venir del taller. Allí me he encontrado el coche destripado. Era como si le hubiera alcanzado el bombazo de un tanque. Cables sueltos por todos lados. Sin capó.

–¿Cuándo lo vas a tener? –le he preguntado al mecánico.

–Mañana, mañana por la tarde. Es que ha habío un problema. Mira –me ha mostrado un mazacote de hierro cubierto de grasa–: esto ha dao de sí.

–¿Entonces?

Le ha sonado el móvil. 

–¿Qué...? Sí, sí. Que me ponga todos los canales... No importa... Sí. También ese... No, dile que nos vamos a quedar con los otros azulejos... No, no. Ahora sí los quiero... Lo he pensao mejor... Bueno... Vale... Adiós, adiós, adiós...

Ha colgado el móvil.

–¿Qué me decías? Ah, sí. El cambio de marchas. Te he conseguío otro igual –me ha dicho señalándome otro mazacote de hierro cubierto de grasa–. ¿No ves? Éste está bien.

–Pero, ¿cuánto me va a costar?

–No lo sé. Mañana te lo digo.

–Es que el coche ya está para la jubilación... Tampoco quiero gastarme mucho en él.

–Va a quedar bien.

Y así ha quedado la cosa. Desde el principio temí que se hubiera roto el cambio de marchas y, efectivamente, es el cambio de marchas lo que está roto. No sé de qué me sirvió que me dieran un presupuesto. Mi pobre Rucio de gasoil está condenado, así como mi paga de enero.