domingo, 13 de enero de 2013

La noche más oscura



La sala estaba vacía. Sólo ellos y yo. Como siempre, había llegado quince minutos antes: no me gusta entrar cuando las luces ya se han apagado. Me puse a hojear la revista que dan a la entrada. Leí el reportaje sobre la película de Tom Cruise. En la taquilla, todo el mundo estaba comprando entradas para verla; los millones y millones dedicados a la promoción habían merecido la pena.

Entonces llegaron. Su novio llevaba las entradas en la mano. Buscaba la butaca, dos o tres filas por delante de mí, a la derecha. Se la señaló y la dejó sola. Fue, supongo, al servicio. Ella se quitó la cazadora blanca y reveló un vestido rojo que dejaba a la vista su brazo izquierdo. Botas negras, medias transparentes con brillos. Se sentó en la butaca del pasillo, mostrándome una hermosa panorámica de sus piernas, de su brazo desnudo, de su cabello.

El tipo volvió. Ella descruzó las piernas y dejó que pasara. El fulano se quitó la cazadora. Vaqueros Dustin, camisa Easy Wear. Una pinta patética. ¡Y aquella mujer a su lado! ¿Por qué él sí?

La película no me gustó, me pareció ostentosa, petulantemente ridícula. El crítico de cine de COPE había dicho que estaba rodada con técnica de documental. ¿De verdad? Lamenté no haberme metido en la película de Tom Cruise. 

De todos modos, dejé que comenzaran a pasar los títulos de crédito. Ella se puso la cazadora. Morosamente. Salieron. Me apresuré a seguirles. La vi en la distancia. Blanco, rojo, carne y negro. Bonita combinación.

Subí al coche, me marché derrotado. Otra vez.