Por fin conozco a doña Marina. Tiene entre treinta y cinco y cincuenta años y articula cada palabra que pronuncia de una manera muy peculiar. He tratado de mostrarme enérgico, pero no sé si la he engañado. Quizá si me hubiera visto en julio no me habría contratado. Le he sorprendido varias miradas extrañas. Supongo que, si no me puede echar en un mes, me tendrá que aguantar todo el curso.