–¿Y su licencia, Chinaski?
–No la he traído.
–Da igual. Tiene que empezar ahora mismo.
–Ejem…, ¿qué materia tengo que dar?
–Da igual. Métase en clase de una vez.
Smith me guió por los pasillos. Llegamos a una puerta con un cristal opaco. Al otro lado parecía que había una pelea.
–Adelante –me dijo.
Creí que me iba a acompañar dentro, pero cerró la puerta a mis espaldas.
En el aula había unos cuarenta chicos. Blancos, hispanos y dos o tres negros. El ruido que había escuchado cuando estaba en el pasillo había cesado. Permanecían callados y me miraban. Expectantes. Ochenta ojos fijos en mí. O quizá sólo setenta y nueve. Busque la mesa del profesor, me dirigí a ella, me senté. La silla era cómoda. Miré a los chicos. Seguían contemplándome asombrados. Abrí la cartera y observé la botella de whisky. Tendría que encontrar la manera de echar un lingotazo sin que se dieran cuenta.
¿Qué diablos tenía que hacer ahora?
–No la he traído.
–Da igual. Tiene que empezar ahora mismo.
–Ejem…, ¿qué materia tengo que dar?
–Da igual. Métase en clase de una vez.
Smith me guió por los pasillos. Llegamos a una puerta con un cristal opaco. Al otro lado parecía que había una pelea.
–Adelante –me dijo.
Creí que me iba a acompañar dentro, pero cerró la puerta a mis espaldas.
En el aula había unos cuarenta chicos. Blancos, hispanos y dos o tres negros. El ruido que había escuchado cuando estaba en el pasillo había cesado. Permanecían callados y me miraban. Expectantes. Ochenta ojos fijos en mí. O quizá sólo setenta y nueve. Busque la mesa del profesor, me dirigí a ella, me senté. La silla era cómoda. Miré a los chicos. Seguían contemplándome asombrados. Abrí la cartera y observé la botella de whisky. Tendría que encontrar la manera de echar un lingotazo sin que se dieran cuenta.
¿Qué diablos tenía que hacer ahora?