-¿Blanco?
-No –me respondió con una sonrisa.
Parece que le divertía la situación. Me había dicho que tenía que adivinarlo, y me había dado tres opciones. Solté el siguiente color casi sin pensar:
-¿Beis?
-Por supuesto que no.
¡Trallasere! Sólo me quedaba otro color. Mi primera opción había sido beis, desde luego. Es el color más habitual, pero aquella respuesta tan terminante me había hecho pensar.
-Voy a recoger la mesa mientras lo pienso.
-¿Te ayudo?
-No, no te preocupes. Ve eligiendo la película.
La cena no se había desarrollado mal. Me había dicho que le había sorprendido la ensalada, había alabado la forma en que estaba preparado el escalope y había bebido dos vasos de vino, casi tres. Puse los platos en el fregadero. Quizá, en unos minutos, ella se iría y yo no tendría nada mejor que hacer que lavarlos.
Cuando regresé, estaba viendo un programa de Telecinco.
-¿Te gusta eso?
La manera que tuvo de mirarme me hizo darme cuenta de que lo mejor era callarme. Me senté y miré la pantalla: no, la noche no sería como la había planeado. En el programa estaban entrevistando al hijo de una famosa muerta años atrás: ni ella ni su hijo habían encontrado otra forma mejor de ganarse la vida. No estaba prestando demasiada atención, seguía dándole vueltas al color. ¿Sería el rojo? Quizá sí. Pero no podía imaginármela como una chica de rojo. ¿Azul? No. ¿Violeta? A mí personalmente me gustaba bastante, pero no era demasiado habitual. ¿Amarillo? Quizá alguien que ve Telecinco no se merece tantas preocupaciones. Debería decirle que es tarde, que se vaya.
-¿Quieres beber algo más?
Me hizo un gesto con la mano para que me callara. Traté de prestar atención a la pantalla, pero aquello era peor que estar sentada en una silla de púas. ¿Marfil? ¿Verde? Los más habituales, según mi experiencia, eran el beis y el blanco. ¿Rosa? Sí, le podía sentir bien.
Cuando empezó la publicidad, ambas seguimos calladas. Hasta que llegó un anuncio que le recordó su acertijo.
-¿Has pensado ya el color? –me preguntó-. Sólo tienes otra opción.
Se me ocurrió de repente que lo mejor era no responder.
-No –me respondió con una sonrisa.
Parece que le divertía la situación. Me había dicho que tenía que adivinarlo, y me había dado tres opciones. Solté el siguiente color casi sin pensar:
-¿Beis?
-Por supuesto que no.
¡Trallasere! Sólo me quedaba otro color. Mi primera opción había sido beis, desde luego. Es el color más habitual, pero aquella respuesta tan terminante me había hecho pensar.
-Voy a recoger la mesa mientras lo pienso.
-¿Te ayudo?
-No, no te preocupes. Ve eligiendo la película.
La cena no se había desarrollado mal. Me había dicho que le había sorprendido la ensalada, había alabado la forma en que estaba preparado el escalope y había bebido dos vasos de vino, casi tres. Puse los platos en el fregadero. Quizá, en unos minutos, ella se iría y yo no tendría nada mejor que hacer que lavarlos.
Cuando regresé, estaba viendo un programa de Telecinco.
-¿Te gusta eso?
La manera que tuvo de mirarme me hizo darme cuenta de que lo mejor era callarme. Me senté y miré la pantalla: no, la noche no sería como la había planeado. En el programa estaban entrevistando al hijo de una famosa muerta años atrás: ni ella ni su hijo habían encontrado otra forma mejor de ganarse la vida. No estaba prestando demasiada atención, seguía dándole vueltas al color. ¿Sería el rojo? Quizá sí. Pero no podía imaginármela como una chica de rojo. ¿Azul? No. ¿Violeta? A mí personalmente me gustaba bastante, pero no era demasiado habitual. ¿Amarillo? Quizá alguien que ve Telecinco no se merece tantas preocupaciones. Debería decirle que es tarde, que se vaya.
-¿Quieres beber algo más?
Me hizo un gesto con la mano para que me callara. Traté de prestar atención a la pantalla, pero aquello era peor que estar sentada en una silla de púas. ¿Marfil? ¿Verde? Los más habituales, según mi experiencia, eran el beis y el blanco. ¿Rosa? Sí, le podía sentir bien.
Cuando empezó la publicidad, ambas seguimos calladas. Hasta que llegó un anuncio que le recordó su acertijo.
-¿Has pensado ya el color? –me preguntó-. Sólo tienes otra opción.
Se me ocurrió de repente que lo mejor era no responder.