Detengo el coche y me bajo. Contemplo la fachada del viejo bloque. Viví allí, en el piso que mis padres compraron con tanto esfuerzo, durante más de veinte años, en el segundo derecha: las persianas son ahora de aluminio. Pero no es eso lo que me llama la atención. El zócalo está lleno de grafitis, siglas estúpidas que afean la pared. Don Miguel no lo hubiera permitido.
De repente, sale al balcón el tipo que lo compró. Me mira. Me reconoce. Como si adivinara lo que estoy pensando, me grita:
-El interior lo tenemos muy arreglado.
Me pide que suba, pero le digo que no, que sólo pasaba por ahí, que tengo prisa.
De repente, sale al balcón el tipo que lo compró. Me mira. Me reconoce. Como si adivinara lo que estoy pensando, me grita:
-El interior lo tenemos muy arreglado.
Me pide que suba, pero le digo que no, que sólo pasaba por ahí, que tengo prisa.