Miré el reloj: las seis y diez. El cuchicheo que me había despertado procedía de la habitación de estar. Pensé en levantarme y pedirles que se callaran, pero decidí seguir en la cama. Puse la radio, busque en el dial algo entretenido. Encontré el programa de música clásica. Pasé casi media hora escuchando la radio antes de decidirme a abandonar la cama. Pasé por la habitación de estar para coger ropa limpia: había planchado la noche anterior. No había nadie: la televisión estaba desenchufada y no habían movido nada.
Me preparé la leche y me dirigí a la habitación del ordenador. Todo seguía silencioso. Estuve un par de horas leyendo las noticias, buscando información sobre los székelyek y el apellido Csonka, perdiendo el tiempo. Regresé al dormitorio y seguí leyendo el libro de historia de Hungría, del que sólo me faltaban unas páginas.
El ruido se reanudó, el cuchicheo. Simulé que leía, pero estuve urdiendo un plan: les sorprendería. ¿Se creen que me van a engañar? Me levantaría rápido y les daría un susto. Seguro que no esperarían eso.
Me preparé la leche y me dirigí a la habitación del ordenador. Todo seguía silencioso. Estuve un par de horas leyendo las noticias, buscando información sobre los székelyek y el apellido Csonka, perdiendo el tiempo. Regresé al dormitorio y seguí leyendo el libro de historia de Hungría, del que sólo me faltaban unas páginas.
El ruido se reanudó, el cuchicheo. Simulé que leía, pero estuve urdiendo un plan: les sorprendería. ¿Se creen que me van a engañar? Me levantaría rápido y les daría un susto. Seguro que no esperarían eso.