-¿Lo que quiera?
-Sí, lo que quieras –me repitió.
Nos quedamos en silencio. En ese momento, oportunamente, se detuvo el ascensor, se abrió la puerta y apareció un hombre, supongo que su marido, con una caja de cartón. Era mucho más grande que ella. Quizá demasiado grande para ella.
-Hola –me dijo cuando pasó a mi lado.
Llevaban toda la tarde metiendo cosas en el piso. Me había dicho que lo habían alquilado, aunque me resultaba extraño que lo hubieran hecho a mediados de mes.
-Vosotros también me podéis pedir cualquier cosa…
-Bien, gracias –me dijo.
Trataba de identificar su acento, pero me resultaba difícil. Desde luego, venían del norte: muchas eses, palabras articuladas como si estuvieran esculpidas. Dentro del piso, escuché el gruñido de un perro.
-Bueno, vamos a seguir.
Se agachó para coger una bolsa que había en el suelo, y entró en el piso.
-Hasta luego.
-Sí, lo que quieras –me repitió.
Nos quedamos en silencio. En ese momento, oportunamente, se detuvo el ascensor, se abrió la puerta y apareció un hombre, supongo que su marido, con una caja de cartón. Era mucho más grande que ella. Quizá demasiado grande para ella.
-Hola –me dijo cuando pasó a mi lado.
Llevaban toda la tarde metiendo cosas en el piso. Me había dicho que lo habían alquilado, aunque me resultaba extraño que lo hubieran hecho a mediados de mes.
-Vosotros también me podéis pedir cualquier cosa…
-Bien, gracias –me dijo.
Trataba de identificar su acento, pero me resultaba difícil. Desde luego, venían del norte: muchas eses, palabras articuladas como si estuvieran esculpidas. Dentro del piso, escuché el gruñido de un perro.
-Bueno, vamos a seguir.
Se agachó para coger una bolsa que había en el suelo, y entró en el piso.
-Hasta luego.