Estoy tan acostumbrado al desprecio que casi ya no lo noto, no me doy cuenta de los gestos desdeñosos, de las burlas, de las miradas cómplices que se lanzan dos personas cuando se cruzan conmigo, del cuidado que tienen las empleadas de supermercado en no tocar mi piel cuando me entregan el cambio, de la distancia que todos me guardan, que nadie se atreve a superar. A veces me olvido que provoco asco en los demás.