El monje se quedó en silencio. Los bárbaros le habían escuchado con atención y ahora parecían estar meditando sus palabras.
-¿De modo que, para adorar a tu dios, hay que comerlo?
El monje caviló rápidamente.
-Sí, de alguna forma. Simbólicamente.
-¿Simbólicamente? ¿Eso qué significa? Nosotros no adoramos a Świętowit simbólicamente. Nosotros le rezamos, le levantamos templos, le ofrecemos prisioneros y, cuando la suerte de la guerra se nos presenta aciaga, cuando no tenemos prisioneros, nos ofrecemos a nosotros mismos.
El monje sintió que tenía la garganta seca. Cerca de él vio a su hermano Teodoro para recordarle que aquellas palabras no eran una broma. Le habían arrancado ya los brazos y aquellos bárbaros los habían arrojado a su ídolo.