-Diga.
-¿Puedo hablar con... Francisco Ramón?
-Soy yo.
-Le llamaba del instituto… Hemos visto su currículo. ¿Podría pasarse mañana por aquí?
Era una voz muy dulce, terriblemente dulce. No, no podía ser una monja. Sin embargo, me imaginé que aquella voz pertenecía a alguien que llevaba un basto hábito marrón.
-¿Mañana?
-Sí. Buscábamos un profesor de sociales.
¿Un profesor de sociales? ¿Ahora?
-Está bien. ¿A qué hora?
-Abrimos a las nueve. Estaremos aquí toda la mañana.
-Bien.
-¿Podría traer una fotocopia del título de licenciado y del CAP?
-Sí.
-Pues entonces ya nos veremos mañana.
Esa fue la llamada que recibí ayer por la mañana, casi a las dos de la tarde. Había echado varios currículos en junio y me había olvidado del asunto. Creí que no me llamarían. ¿Qué les diría si me preguntaban por qué había dejado de trabajar el curso anterior?
Esa mañana me he pasado por el instituto. Un conserje, con aspecto de guardia civil jubilado, ha fotocopiado los títulos. Iba rapado; profundas arrugas en la frente.
-Doña Marina no ha podido venir, está en Granada -me ha dicho-. Cerraremos hoy y abriremos otra vez el día 3. Pásese entonces.
Y eso fue todo.