Acabo de regresar. El rato que he pasado en el coche ha conseguido calmarme. ¡Se acabó el trabajo! ¡Ya no tendré que ir nunca más! I quit!
Ayer, el dichoso alumno se acercó a mí y me preguntó:
-Maestro, ¿qué es lo que te pasó ayer en el parabrisas?
-Nada que yo sepa -le respondí.
Hoy ha seguido con lo mismo. Y yo, ay, no tengo la paciencia que se le atribuye a Epicteto. Cuando menos lo esperábamos, él y yo, he estallado. Le he lanzado al suelo, le he gritado.
Lo demás: me he ido, simplemente me he ido. No pienso volver. Decía Marco Aurelio que había enseñarles o soportarlos. Está claro que yo no puedo enseñarles, y desde luego no los soporto. No los soporto.