Esta mañana, como todas las mañanas, he ido a la biblioteca municipal para hojear el Ideal. ¿Habrán publicado hoy mi relato?
En la sala hay uno o dos lectores de periódicos; una chica que lleva sandalias de tiras está enfrascada en la lectura de un BOE ajado. El Ideal lo tiene el viejo de los anteojos que, lo sé muy bien, tarda un siglo en pasar cada página: voy a perder toda la mañana.
–¿Me puede dejar que vea una cosa?
Unos ojos grises, malignos, de trasgo, por encima de las gafas.
–¿Qué?
–Que si puedo mirar una cosa.
–Lo estoy leyendo yo. Ahora te lo dejaré cuando acabe.
–Sólo quiero mirar una cosa.
–Ya mismo acabo.
Me acerco a los anaqueles y busco un buen libro. El Summa Artis no me parece adecuado: no es lo suficientemente macizo. Me decanto por la Hispanoamericana. Cojo un tomo al azar. Me acerco por detrás y le estampo el libro en la cabeza. Los otros hacen como si no hubiera sucedido nada.
Arranco el periódico de los dedos del viejo y comienzo a hojearlo, tratando de no mancharme con la sangre.
–¿Qué le ha pasado? –me pregunta el bibliotecario.
–Ni idea. Ya estaba así cuando llegué.
El relato suele estar a partir de la página 40, en el popurrí de la sección de verano. Paso las páginas de adelante atrás y de atrás adelante. ¡Nada!
–¿Se puede apartar? –me pregunta el paramédico.
Está metiendo un trozo de masa encefálica en el cráneo.
–Éste va a dar trabajo –me dice–. Ahora que está el hospital con una planta entera cerrada.
No le respondo. Doy otra vuelta al periódico. ¡Nada! No consideran que merezca la pena desperdiciar un cuarto de página para colocar mi relato. Dedican, empero, páginas y páginas a las nadadoras españolas. Un cuerpo en biquini resulta más atractivo que un relato sobre una cajera de supermercado que asesina a los clientes que le tocan las narices.
Arrojo el periódico sobre la mesa. Me voy.
En la puerta, paso al lado de una estudiante de bachillerato que lleva una camiseta transparente y que se fuma un pitillo para descansar de derivadas y métodos de integración. Un coche de policía está aparcando. Tiene un bollo en la puerta.
Camino lento, triste, derrotado.